martes, 8 de diciembre de 2009

Todos los soles mienten


Cuando la vi, yo todavía no volaba. Es cierto que ya había integrado algunos viajes pero nada serio. Un salto algo más largo que lo común. Algún aterrizaje afortunado. Pero volar, lo que se dice volar, yo no volaba. Ahora, cuando la vi me di cuenta de que mi única oportunidad tenía un nombra: vuelo. Si yo pretendía que ella se fijara un poco en mí tenía que andar por el aire como por el suelo. Entonces empecé a largarme. Y ya se sabe, cuando uno tiene auténticas ganas de hacer algo nada puede impedirlo. Así que a los pocos días no había nube que tuviera secretos para mí. Lo único que me quedaba por hacer, entonces, era acercarme como casualmente, como si ese encuentro fuera resultado únicamente de la fortuna, y decirle con la voz más natural que me saliera.
- Hola, ¿qué hacés por aquí? No sabia que vos también volabas por estos lugares tan solitarios. Yo hace años que vengo. Me gusta porque es tranquilo y puedo pensar sin que nadie me interrumpa.Fue lo que hice. Ella me sonrió sabiendo que mentía pero fue lo suficientemente astuta como para aceptar mi historia. Paseamos un rato y aunque ella era mucho más hábil que yo en ese asunto de navegar el aire, debo decir en mi favor que no desentoné demasiado. El paso de los días fue fortaleciendo nuestra amistad. Todo iba maravillosamente bien. Pero está visto que nada puede ser perfecto para siempre. Un día la encontré parada sobre una colina baja de las afueras. Me acerqué, extrañado, porque era la primera vez que la veía apoyada en algo.
- Ya no quiero volar más - me dijo -. Ahora quiero sentir todo lo que peso.La mire sin entender nada. ¿Y ahora qué iba a hacer con mi habilidad? Me paré junto a ella. Una vez, por estar a su lado había aprendido a acompañar el viento.
- Quiero vivir lo que hacías antes de conocerme - siguió hablando. Pero yo ya no la oía.Como por obra de un mago poderoso entendí en ese momento lo que tenía que hacer. La tomé de una mano y la llevé para que viera la fachada de mi casa. Supe que ya nunca más íbamos a volar y que el cielo había sido apenas una excusa para estar juntos. Ahora que había cumplido su parte volvía a ser lo de siempre: un lugar para mirar de a dos.

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